"Era mi dolor tan alto
que la puerta de la casa
de donde salí llorando
me llegaba a la cintura. "
Se fueron los dos agarrados, a pesar de todo, tenían miedo. Uno ofrecía su vieja mano; el otro acercaba, por casualidad, su patita blanca y peluda a aquel compañero de viaje tan cansado...
A Leo, el abuelo del pueblo al que nunca llegué a ver,
y a Kun-fu, el gato que nunca conocí y que a la vez era perro.
"Era mi dolor tan alto
que miraba los tejados
por encima del ocaso "
viernes, 19 de febrero de 2010
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